lunes, 22 de octubre de 2007

Primer Lugar


Caminábamos rumbo al Colegio con la ansiedad y entusaismo que provocaba el acto de premiación. El sol de fin de año, algunas guirnaldas anticipadas y las fiestas de término del año escolar hacían un momento único.

Ese día recibiríamos los premios quienes teníamos los primeros lugares. Mi madre debía llegar con nosotros en forma anticipada para informarse del momento en que debíamos salir en frente de todo el Colegio y recibir nuestro respectivo diploma y alguna chuchería envuelta en papel de regalo que con paciencia guardábamos hasta navidad para tener algo que abrir.

El traje escogido para la ocasión era un pantalón gris y un vestoncito azul marino con líneas blancas que por fin había heredado de mi hermano Alejandro. Tomado de la mano de mi madre junto a mi hermana Margarita íbamos sacando cuenta del curso al que pasaríamos. Yo entraría a tercero básico y mi hermana comenzaría su etapa académica. Mi madre se limitaba a escucharnos orgullosamente.

Una lucha importante de mi presentación personal era mi pelo. Bendecido con la genética araucana, heredé una cabellera poco dócil y que asumía una completa verticalidad cuando mi padre practicaba su oficio peluquero con sus máquinas de tenazas y afán militar sobre nuestras cabezas. El largo del pelo no debía tocar el cuello y mucho menos ser una alternativa para la pediculosis que abundaba en nuestra escuela.

Las estrategias para dominar mi cabello pasaban por la inolvidable gomina, jugo de limón, una panty media mientras dormía, de los que me puedo acordar, todo para poder verme más ordenado y un poco más parecido a mi padre.

Ese día, los detalles del acto retrasaron un poco su inicio. Me encontré con mis compañeros que me invitaron al patio posterior y la infaltable pelota salió al ruedo. Cada tanto en tanto, alguno salía de la brega para revisar si el acto había iniciado y participar oportunamente, además, uno de nosotros sería galardonado y había que hacer presencia.

El Himno Nacional con sus respectivas dos estrofas de aquel momento dieron por término a nuestro juego matinal. La premiación comenzaba mientras las carreras al baño se sucedían con nerviosismo ante la mirada de la mayoría del Colegio que estaba correctamente formada.

El momento esperado llegó. Con emoción escuché: “Primer Lugar: Juan Carlos Barrera Silva”. Con la humildad de costumbre y voz baja me abría paso entre mis compañeros, “permiso…, permiso”, hasta que por fin vi el cabello color ceniza de mi querida profesora Alicia Canales y la mirada de mi madre que me buscaba entre los alumnos; lo que siguió fue totalmente inesperado. Mi profesora abrió sus ojos que me eran visibles a la distancia, a pesar de sus lentes verdosos, llevó sus dos manos sobre su rostro para tapar su boca que se abría de asombro mientras sus hombros se encogían. Mi madre tenía una expresión de miedo y rabia en su rostro y mientras me seguía con su mirada comprendí que algo malo pasaba.

Mi sonrisa se fue escondiendo poco a poco y comencé a sumar la información a mi alcance. Mi camisa blanca estaba fuera de los pantalones. Mi corbata guardada en mis bolsillos, mis zapatos negros llenos de polvo, y mis pantalones se arrastraban. Mi rostro encendido con el rojo propio de quien ha corrido mucho, especialmente a las once de la mañana de los primeros días de verano. Gotitas de sudor en mi frente, nariz y la zona del bigote, y mi pelo…, mi querido pelo erizado con la humedad y rigidez de la gomina.

Nunca he podido sacar de mi mente la expresión de mi profesora. Su afecto y cariño unido al orgullo que sentía por mi comportamiento y rendimiento sentía que se desplomaban ante mí. Cada paso que daba para acercarme a ella era un momento de angustia. Las risas nerviosas de algunos compañeros no hacían sino agregar tensión al momento. Me entregó el diploma y el regalo. El abrazo no fue muy afectuoso y el beso menos. Era comprensible, a menos que alguien le hubiese aproximado una toalla para empapar de su rostro mi sudor.

No recuerdo las palabras de mi madre camino a casa. No recuerdo el regalo que me dieron ni mucho menos la nota que me dio el primer lugar. Lo que recuerdo es el calor en mi cara, el sudor salado, mi camisa desordenada y mi corbata ausente. Pero por sobre todo recuerdo la expresión de mi profesora a quien tanta alegría había dado y que esta vez la llenaba de vergüenza y asombro inesperado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Ándale!

A mí nunca me pasó eso, nunca me dieron lugares en el Colegio... solo en cuarto año de Enseñanza Media, cuando ya había superado la etapa de la gomina, jejeje.

Chaup,


mau