lunes, 22 de octubre de 2007

Peos Chinos


La Escuela Dominical había transcurrido normalmente. Los cánticos, las diversas clases divididas por las edades, las oraciones, el mensaje y nuestro desesperado intento por volver a casa, almorzar, jugar un rato y volver al Culto nocturno.

Finalmente la hora de partir había llegado. Sin embargo, y cuando aún entonábamos el último cántico, un extraño olor proveniente del sector en donde estaban ubicados la mayoría de los niños comenzó a recorrer nuestro salón. Surgían algunas risas nerviosas entre las bancas, hasta llegar a un momento de notoria incomodidad, precisamente cuando se solicitaba la bendición para todos los participantes de la reunión.

El hecho ya era evidente. Alguno de los adolescentes, llamados "Embajadores del Rey", había considerado oportuno pisar unas semillas llamadas "Peos Chinos" y que se caracterizaban por expeler un aroma difícil de soportar. Aroma que cubría el templo y animaba a que los feligreses se retiraran prontamente.

"¿Seré yo Señor?". La acción inmediata fue ubicar al responsable de tamaña falta de respeto. El hermano Recabal, consejero de los "Embajadores", comenzó la investigación antes que cualquiera de nosotros se retirara del templo. La gracia infantil del acto poco aromático despertó una actitud de dudosa solidaridad entre los responsables.

Algunos de nosotros, más tranquilos o con más cultura religiosa, no hubiéramos osado cometer un atentado como el descrito, por lo que fuimos descartados tempranamente. Sin embargo, nuestra curiosidad no nos permitía ignorar el resultado de la investigación.

Después de algunos minutos y al regresar de respirar aire más limpio en el patio del templo, encontramos señales de quién habría sido el responsable: Hugo Recabal Venegas, hijo menor de nuestro consejero, estaba de rodillas en el altar en señal de súplica y arrepentimiento. La imagen lo decía todo.

Nosotros mirábamos la escena discretamente, porque más que mal había que respetar un acto de sincero arrepentimiento, además al hacer burla podríamos señalar que dudábamos de la honestidad del acto, o bien que aún nos reíamos aprobando el desorden blasfemo de nuestro compañero... Aunque el responsable nos miraba de reojo para lanzar una sonrisa cómplice mezclada con un poco de angustia y luego retomar su oración de penitencia.

Ese día, camino a casa, no podíamos dejar de hablar sobre lo ocurrido. "¿ Cómo se le ocurrió hacer tal cosa ?", " y se ve tan tranquilo", " los menores son los peores", "¡ y más encima el hijo del consejero ! ". Mientras tanto, y a pesar que apoyaba estas observaciones éticas, en mi interior pensaba en lo interesante que debería ser el atreverse a realizar un acto como ese: "¡¡Que valiente el Hugo !!", pensaba yo...

No hay comentarios: